El recorrido es la experiencia
El enterrador se había llevado una cabeza de ajo amarrada al cuello para disminuir el hedor de los cuerpos en descomposición que debía enterrar. Afanado estaba en su labor cuando un cadáver llamó su atención. Era un precioso niño que, a diferencia del resto, no tenía signos de corrupción. Su cuerpo estaba intacto, parecía dormir y el hombre, que no había podido tener hijos, se encontraba muy afectado viéndole sus angelicales facciones rodeadas por las ondas desordenadas del cabello. Ese día no pudo enterrarlo y decidió colocarlo en un rústico cajón en el patio de su casa.
Impresionados y enternecidos, él y su esposa, permanecieron juntos frente al cajón mientras compartían ideas sobre cómo habría vivido, de qué habría muerto y quiénes habrían sido sus padres. No pudieron irse a descansar y arrodillados a cada lado del cajón, rezaron por su alma hasta que el cansancio los obligó a retirarse. Al día siguiente, un golpe en la puerta los despertó y el hombre, asustado por el retraso en el cumplimiento del deber, de un solo salto la abrió y quedó sorprendido al comprobar que allí, frente a él, estaba muy sonreído, el pequeño con su cabello lleno de ondas desordenadas.
Ana María Rotundo
21 de octubre de 2023.